Este tipo de fotografía, al igual que muchos otros, tiene sus propios referentes, quienes han marcado un diferencial aportando su estilo personal y por supuesto, contando sus propias realidades.
De algunos hemos ido conociendo y analizando sus obras, fotografías potentes llenas de mucha honestidad, y si hay una cualidad que no puedo simplemente dejar pasar es que cada uno de estos autores tienen una increíble capacidad de llevarte por una serie de cuestionamientos, no solo acerca de su obra sino también de tu propia vida; quizás esa misma honestidad te hace sentir tan cercano, en ocasiones, como si se tratara de ti mismo; sin embargo, ser tan honestos con nosotros muchas veces podría convertirse en un espacio desolado y algo doloroso, no a todos nos gusta navegar por aquello que somos incapaces de confrontar.
Por otro lado, me pregunto si alguno de estos fotógrafos, en su momento, también debieron estar algo distantes, me refiero a que cuando pasas mucho tiempo viendo algo desde adentro, eres tan parte de ello que lo dejas de sentir o percibir, y únicamente una visión externa, algo más panorámica, te devuelve esa sensación. Lo que digo es que extrañamente distanciarte te acerca más.
Todos estos autores han tenido razones distintas para el desarrollo de sus obras, algunos buscando un registro, otros una autocomprensión, exploración o mera expresión, hurgando o prácticamente invadiendo en lo más profundo de su entorno.
Pero cualquiera que fuera su móvil para realizarlas, nos entregaron una especie de autobiografía que no solo nos invita a intentar conocerlos, también nos invita a reconocernos y por supuesto, a seguirnos buscando.
Yo veo la fotografía como un medio de exploración, por ello, en mi proceso de búsqueda personal y autodescubrimiento, la fotografía intimista fue desde el inicio una especie de “manta acogedora”.
Me sentí identificada y cómoda observando y analizando el trabajo de Larry Clark y Nan Goldin. Yo no lo sabía, pero entendí que inicié hace mucho tiempo la exploración de este tipo de fotografía, con registros de la cotidianeidad de mis amigos más cercanos y estas vidas un tanto desordenadas, pero por supuesto, lo hacía de forma muy desprendida, aislada de algún modo, sin ninguna intención de entender nada.
Hace unos días en una de las clases analizamos (y yo descubría) el trabajo de Richard Billingham y Larry Sultan, al finalizar estos temas, surgió un ejercicio que me llevaría a un viaje por el autoanálisis. Entender lo que soy más allá del YO, acudiendo a esa intimidad tan profunda que quizá la gran mayoría no conocemos o preferimos no explorar.
Como decía el escritor Pío Baroja: “Cuando el hombre se mira mucho a sí mismo, llega a no saber cuál es su cara y cuál es su careta”.
Por ello, conocerme un poco más a través del otro, observando mi entorno más cercano (familia y amigos), prestando atención a eso que realmente nos une, que nos distancia, que nos hace compartir y que nos obliga a callar, fue parte de este proceso.
En un análisis sobre los ensayos de Baroja se decía: “La identidad es demasiado resbaladiza como para atraparla mediante el análisis directo”. Y yo ahora mismo estoy de acuerdo.
Durante el ejercicio observé a un par de amigos muy cercanos; pensé en las cosas que les digo y las que no, las cosas que les he mostrado y las que no, el tiempo que les he entregado…
Hoy creo que lo que oculto, lo que he negado, por cualquier razón, eso es lo que soy, o al menos en gran parte.
Finalmente me quedo algo inquita y me pregunto ¿Existirá algo más íntimo y profundo que ello?
Texto y Fotografía por Adriana Mort.
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