Los días parecen más largos para mamá, se aburre fácilmente, sus pensamientos la sobrecargan. Echa tanto de menos nadar, ponerse su traje de baño, su gorra, sus gafas de agua y sumergirse, olvidarse de todo, concentrarse en su respiración, en sus movimientos de brazos y piernas, en la temperatura del agua, en el cronómetro que marca sus mejores tiempos, que guía su entrenamiento.

Todos los días después del trabajo, mamá iba a nadar una hora y media. Estilo libre y espalda, unos ejercicios con la tabla, y los últimos minutos de relajación. En esos noventa minutos en el agua la vida parecía tan serena, mamá se veía tan contenta, todo parecía estar en equilibrio, como sí en los límites de esos 25 metros de agua, nada pudiera pasar, como sí esa piscina fuera una barrera que la separaba del mundo y todo el ruido de fuera.

Mamá dice que en la piscina se van las malas energías, que bajo el agua los pensamientos parecen ser más claros. Es que el agua sana el cuerpo y el alma. Se fluye en ella, se deja ir, se sueltan las cargas. Se vacía la mente y se llena el corazón. Las pulsaciones se aceleran, el cuerpo se llena de energía, de adrenalina, y al terminar el entrenamiento el cuerpo se siente liviano, como si fuera un nuevo cuerpo.

Parecen tan lejanos esos días, ahora en la tina del hogar, mamá encuentra un espacio donde recordar por un momento su añorada piscina. Me siento a su lado, guardo silencio, veo como la angustia le recorre el cuerpo, veo cómo su mirada se pierde, se va de la mano con la certeza. Todo es tan incierto por ahora, y sí que la incertidumbre siempre nos acompaña, pero hay días que tiene un tinte de desasosiego. El inquietante ruido de los pensamientos agobia el palpitar, silencia la cordura. El miedo atisbando, recorriendo la casa, impregnándose en la piel, a veces no le deja espacio a la calma.

Mamá cierra sus ojos y unas lágrimas recorren su rostro, se incorporan en el agua, ella se sumerge por unos instantes y vuelve a salir. Me mira, me sonríe como diciéndome que no me preocupe; pero ella se preocupa por muchas cosas, dice que se gana peso en estos días y se pierde a ratos la ilusión. Me cuenta como extraña ir a la piscina, piensa que tal vez puede olvidar como se respira bajo el agua, como se mueve la cabeza mientras se nada, se pregunta si realmente podrá volver a ir a la piscina, y la espera le parece eterna. Yo la escucho, la veo tan vulnerable, la animo contándole un par de historias, diciéndole que todo estará bien. Le pongo música y la dejo para que se relaje y se encuentre.

Sé que, en esa tina dentro de esas cuatro paredes encauzará sus emociones, encontrará claridad y sé repondrá como tantas otras veces. Es una mujer valiente y quebrarse solo le permite desprenderse de lo que la aflige. Sumergirse, encontrarse, renovarse y seguir.

Todos tenemos un punto de fuga, un escape donde refugiarnos cuando sentimos que vamos perdiendo el rumbo. Un lugar, un espacio, una manera dónde dejar el caos, silenciarlo todo y volver en sí. Para mamá es nadar, estar en el agua, en una piscina. Hay días que la veo languidecer, pero otros vuelve a brillar; en un vaivén de emociones la veo reconstruirse a diario. Cómo en algún punto lo hacemos todos, recobrando las fuerzas para empezar de nuevo las veces que sean necesarias.

Texto y Fotografía por Michelle del Hierro.