Estoy lejos de ser como Candida Hoffer o Andreas Gursk, los grandes artistas de la fotografía impasible, o DeadPan. Y digo que estoy lejos, no tanto por la maestría que ambos tienen para recrear la repetición, el color o las formas, el ritmo, o la simetría; o por la aparente ausencia de la figura humana como tal, en cada plano.  Tampoco por las reacciones de asombro, el “oh” que expresan quienes admiran sus obras.

 

La razón por la cual siento que aún no me acerco a su maestría es que ellos tienen la destreza de mostrar lo que se ve (¿acaso lo real y verídico?) de una manera que sea estética y tenga concepto, lo que finalmente deviene en arte.

 

Sin embargo, se me ocurre – de manera juguetona – que para no ser tan estricta conmigo misma y mi escueta fotografía, si  hay alguna similitud (aunque todavía distante) entre los fotógrafos de lo impasible y yo es esa conexión que encuentro con los objetos más que con la misma gente, los humanos no provocan en mí ese silencioso sobrecogimiento que siento, tanto en mi retina como en mi cabeza, cuando me deleito con las líneas verticales, agujeros, triángulos; formas sencillas que demuestran la belleza de lo simple.

 

Admito que mi fotografía impasible (la de un tomacorriente caído en una pared) no busca algo, no busca nada, no pretende ser “bonito”,  sino, talvez, un fugaz instante de observación. Pero esa aparente trivialidad invita a pensar: ¿habrá quien haya querido enderezarlo como quien pretende con eso enderezar su vida? Esa vida que “pasa frente a nosotros y en la que siempre hay algo que arreglar”, como dijo otra persona al reflexionar. También habrá quien haya querido hacerla en color, ajustar el horizonte, componer, descentrar y otros. O, simplemente, pasar y no ver. Callar. Y eso pretendo con las imágenes que atrapa mi lente: capturar el silencio que nace en la contemplación, en esa búsqueda incesante que es la raíz de  toda auténtica actividad artística.

 

De hecho, me siento cómoda en este género fotográfico porque me evoca grandes, vacíos pero a la vez detallados espacios, como esa pared de ladrillo blanco (silencio absoluto). Sentí que ese lugar de blancura casi total puede ser un lugar de contraste entre lo obviamente recto y perfecto (hablando de la rectitud de la pared, en este caso) y el quiebre, la “incorrección” de un tomacorriente mal colocado.

 

En este ejercicio como fotógrafos, desde mi opinión, es igual o más interesante el proceso asumido que la mismísima foto final.  El clasificar y ordenar (como los libros de la foto de Rafael), mirar y observar el entorno (como la claraboya de la foto de Adriana) y el producir y montar (un bodegón de sillas y cuadros como los de Michelle), han despertado curiosidad por el detallismo y, a la larga, una especie de construcción de un mini espacio arquitectónico, organizado, casi simétrico, perfecto y bello.

Texto y Fotografía por María José Muriel